Dayron Gallardo: la meditación, el paisaje y un peregrino en nombre de la rosa
Isdanny Morales Sosa
El contexto del arte cubano contemporáneo se encuentra atravesado por variados procedimientos creativos que oscilan desde manifestaciones de tan largo linaje como la pintura o la escultura, hasta prácticas de índoles performáticas, conceptuales, instalativas o de los nuevos medios. No obstante, la diversidad, en estos primeros años del siglo XXI ha sido de nuevo la pintura uno de los géneros favoritos entre los jóvenes creadores del patio. Desde hace algunos años es cada vez más recurrente el florecimiento de una muy lozana generación de pintores que estructuran un abanico plural de temáticas y modos de hacer que transita desde el tradicional cuadro de caballete hasta la pintura expandida, desde problemáticas en relación al retrato, preocupaciones autorreferenciales o cuestionamientos sobre la propia naturaleza del medio. Estos, aun sin conciencia de grupo y mucho menos manifiesto, le dan consistencia a una generación que hastiada de símbolos manidos, identidades obsoletas y, en particular, de un tipo de discurso estético de corte antropológico y sociologizante han preferido desterrar de sus obras cualquier referencia contextual y viajar y rendirse cual románticos frente a toda referencia exótica: la filosofía y cultura orientales, el paisaje europeo o los colosales ejercicios de Peter Doig, Anselm Kiefer o Miquel Barceló, por solo mencionar algunos pocos, maestrazos todos de la pintura contemporánea.
Entre los jóvenes artistas cubanos que apuestan hoy por las potencialidades expresivas del medio pictórico se encuentra Dayron Gallardo (La Habana, 1986) cuya poética cautelosa, discreta supone una invitación a la contemplación, a repasar determinados estados mentales, a experimentar lo inefable a través de la forma pictórica. Durante su corta trayectoria artística se ha interesado por dos grandes temas que últimamente han terminado por fundirse: el primero, la figura humana, emparentado con su línea dibujística; y el segundo, el paisaje, relacionado con su propuesta pictórica.
El hombre es el centro de la serie Yo no soy un animal, pero es este un sujeto fragmentado, distorsionado, mutilado. Un hombre que ha perdido su propia condición humana y que se convierte ahora en fiera, en monstruo, en salvaje. Los personajes que componen esta serie son sujetos completamente perdidos y, aun sabiéndose malezas se encuentran en tan elevado grado de ensimismamiento que ya no quieren ser cultivados.
En su línea pictórica, el elemento paisajístico ha sido llevado a la síntesis, al puro minimalismo, a la más reducida abstracción estética. Más que una representación concreta del paisaje, sus piezas constituyen una abstracción de determinadas visuales relacionadas con fragmentos de bosque, tierra o cielo que van atrapando su atención en la ciudad y que normalmente pasan desapercibidas por el ojo del transeúnte. A Dayron le estimula muchísimo observar y estudiar los elementos de la naturaleza, diluirse en el espesor de un río, palpar la tierra, sentir su textura, su olor, sus sonidos, observar con un telescopio el cielo provocando todo ello la generación de determinadas resonancias en su ser interior. Sus paisajes parten de esas esencias, pero son filtradas por los sentidos. Deja impreso en el lienzo solamente el resultado de ese filtrar. Por tanto, más que una representación de las cosas, es una intuición de las cosas. Más que los elementos a todas luces reconocibles de la tierra, el bosque o el cielo la huella grabada en el lienzo es solo lo que intuye que es el alma, la alquimia o la esencia de estos. De ahí que las obras linden con el lenguaje abstracto.
Justamente esa es la línea que se encuentra desarrollando en este minuto, la cual continúa las búsquedas iniciadas en su más reciente muestra Far Horizons. Sus pinturas, así como el mismo hecho expositivo activan determinadas zonas sensibles de los espectadores. Frente a un mundo como el nuestro visualmente sobresaturado, donde la gran mayoría de los estímulos sensoriales parecen perder densidad, las suyas son imágenes que invitan a detenerse, a quedarse quieto y observar. Pero las obras de este artista tienen todavía otra peculiaridad. Debido a su simpatía con la cultura oriental pretende provocar en el espectador experiencias meditativas. Solo bajo los astros es una pieza en particular que atrapa al receptor. Las pinceladas resbalan y juegan libres sobre el lienzo y en el centro de la composición, como sucede en casi todas sus obras, se encuentra un pequeño ser inmóvil, perdido e inorgánico que permanece indiferente a quien le observa y sobre el que el espectador siempre quedará atento movido por la paradoja que supone desconocer la suerte de ese diminuto ser que tristemente se encuentra allí preso.
En sintonía con algunas indagaciones muy frescas en pintura contemporánea, intenta explorar, dilatar y bordear paulatinamente los límites de la propia manifestación porque a través de ello siente los límites de la propia vida. Realiza constantes búsquedas en torno al color. Sus piezas son presentadas casi desde una paleta monocroma, en la que un mismo color es degradado hasta sus últimos términos. Incorpora a sus lienzos materiales ajenos a la especificidad pictórica como el serrín o la tierra… Trabaja constantemente con el impermeabilizante para generar cierta similitud con las texturas propias de la madera, excitando a la ambigüedad ante la recepción del hecho pictórico. De ahí que también sea un pintor matérico en el sentido más auténtico del término. Un matérico con una fuerza expresiva enorme, un matérico que construye imágenes totalmente poéticas, que sabe crecer día a día, y cuyo medio de comunicación más desarrollado es justamente eso, su pintura, porque en ella ha acuñado su tercer deseo, su alma, su vida…
Aun cuando, se autorreconoce y se disfruta como pintor, sus piezas son en alguna medida esculpidas con sus propias manos: derrama el impermeabilizante, lo modela, deja caer el serrín o la tierra y mezcla con el pincel toda esa materia pictórica que se encuentra en el lienzo; los bastidores de sus últimas piezas han comenzado a ganar protagonismo en tanto se convierten en cubos rectangulares de corte minimalista. El plano bidimensional puramente frontal ya no es suficiente para expresarse. Las imágenes pictóricas se sienten presas en el plano y se deslizan cautelosas hacia los bordes, lo salpican, lo muerden… Quizás se deba todo ello a que sus mejores amigos de los años de estudiante de la Academia Nacional de San Alejandro eran justamente escultores y con ellos experimentó de muy cerca la experiencia del escultor y conoció cómo esta última manifestación ejerce una constante lucha por conquistar el espacio.
Las obras del joven artista construyen con algunos pocos elementos grandes historias que, cual investigador dialéctico, coquetean con temas tremendamente universales y que están muy vinculados con la propia existencia humana allende a fronteras, ideologías y culturas: el amor, la bondad, la religión, la sensibilidad y sobre todo, la belleza. En sus piezas no imprime la huella de un contexto específico o de dinámicas sociales concretas; por el contrario, su obra, de corte profundamente metafísico, es una constante investigación que pretende descifrar los misterios de la existencia.
En un mundo como el nuestro atravesado por la cruzada en busca de la Verdad resulta realmente conmovedor toparse con un tipo de propuesta como la de Dayron Gallardo, donde el tipo de conocimiento y la investigación a la cual se pretende llegar no es racional, sino puramente sensorial, donde lo que se busca no es arribar a una Verdad objetiva, sino vivir una experiencia que trascienda la propia naturaleza y el límite que supone lo material. De ahí que no solo el objeto artístico final sea lo importante, sino el propio proceso creativo basado en una profunda y peliaguda reflexión sobre todo fenómeno espiritual del sujeto. Cada uno de los elementos que intervienen en el proceso de creación se encuentran perfectamente cuidados y en concordancia con la experiencia final, y esto va desde la música basada en sonidos que emulan la naturaleza y ambientes abiertos o sonidos épicos, la literatura que va consumiendo como Dálai Lama y maestros espirituales hasta la misma meditación que practica el artista antes de crear. Dayron, en definitivas, en un ejercicio puramente espiritual propone reencontrarnos con nosotros mismos, con la esencia de ese sujeto sensible que en los avatares del día a día alguna vez perdimos.
Dayron Gallardo: meditation, landscape and a pilgrim in the name of the rose
Isdanny Morales Sosa
Published in “El Oficio”, Literature and Art magazine
The context of contemporary Cuban art is intersected by various creative procedures ranging from manifestations having such long lineage as painting or sculpture, to practices of performance art style, conceptual or installation styles, or that of the new media. Notwithstanding diversity, in these first years of the XXI century, painting has again been one of the favorite genres among the young Cuban creators. The flourishing of a very young generation of painters has been more recurrent in the last few years; they structure a plurality of subjects and ways of doing which goes from the traditional easel painting to expanded painting, from questions in relation to the portrait, self-referential concerns or uncertainties about the very nature of painting. Even without being group-conscious and least of all being manifest, these young painters give consistency to a generation which, weary of trite symbols, obsolete identities, and particularly of a certain type of aesthetic discourse of anthropological and sociological style, has preferred to banish any contextual reference from their work; thus, they have opted to travel and to surrender as romantics to all exotic references: Oriental culture and philosophy, the European landscape or the colossal exercises of Peter Doig, Anselm Kiefer or Miquel Barceló, just to mention a few of the great masters of contemporary painting.
Among the young Cuban artists favoring the expressive potentialities of pictorial art is Dayron Gallardo (La Habana, 1986), whose cautious and discreet poetics presupposes an invitation to contemplation, to revisit particular states of mind, to experiment the ineffable through pictorial forms. During his short artistic career he has been motivated by two great themes which have recently merged into one: the first, the human figure, related to his drawing; the second, landscape, related to his pictorial offer.
Man is at the center of the series I am not an animal; however, this is a fragmented, distorted, mutilated being: a man who has lost his own human condition and now becomes a wild animal, a monster, a savage. The characters composing this series are subjects that are totally lost, who, even when they identify themselves as weeds, they are so highly absorbed in themselves that they no longer wish to be cultivated.
The landscape element in its pictorial line has been synthesized to pure minimalism, to the most reduced aesthetic abstraction. More than a concrete representation of the landscape, his works constitute an abstraction of certain visuals related to fragments of the forest, the earth or the sky which catch his attention in the city while they are commonly ignored by the eyes of the passers-by. Dayron is very motivated by the observation and study of the elements of nature, mixing in the density of a river, touching the earth, feeling its texture, its scent, its sounds, observing the sky through a telescope; all this causes the generation of certain resonances in his inner being. His landscapes are originated from these essences, but are filtered by the senses. He only leaves the result of this filtering in his canvas. Consequently, more than representing things, it is an intuition of things. More than the clearly identified elements of the earth, the forest or the sky, that which appears on the canvas is only that which he senses, –their soul, their alchemy, or their essence. Thus, his works border on abstract language.
It is precisely this line that he is developing at present, giving continuation to the search begun in his most recent sample, Far Horizons. His paintings, as well as the very expositive fact, activate certain sensitive zones in spectators. Facing an oversaturated world such as ours, where most of the sensorial stimuli seem to lose density, Dayron´s images are an invitation to stop, to keep quiet and to observe. But his works have another peculiarity still. Due to his sympathy towards Oriental culture, he hopes to induce meditation experiences in the spectator. Only under the stars is a piece which particularly captures the receiver. The brushstrokes slip and play freely on the canvas, and in the center of the exposition, as is common in all his works, there is a small, immobile, lost and inorganic being that remains indifferent to observation and on whom the spectator will always remain attentive, moved by the paradox that supposes ignoring the destiny of this minute being that is sadly imprisoned there.
Tuning in to some very recent search in contemporary painting, Dayron tries to gradually explore, dilate and border the limits of the very manifestation, because it is through it that he feels the limits of life itself. He carries on a constant search around color. His pieces are presented from an almost monochromatic palette, where one same color is degraded to its ultimate terms. He incorporates materials alien to the pictorial specificity, such as sawdust or earth to his canvases … He works with waterproof material constantly in order to generate certain similitude to the textures of wood itself, exciting ambiguity in response to the pictorial fact. Thus, he is also a matter-based painter in the most authentic sense of this term. A matter-based painter with an enormous expressive power, one that constructs totally poetic images, who knows how to grow day by day, and whose most developed means of communication is precisely his painting, because in it he has coined his third wish, his soul, his life…
Even when he recognizes himself as a painter and relishes as such, his works are sculpted to some extent, by his own hands: he spills waterproof material, he shapes it, he sprinkles it with sawdust or earth and mixes all this pictorial material with his brush on the canvas; the frames of his latest pieces have started to play a leading role as they turn into rectangular cubes of minimalist cut. The purely frontal bi-dimensional plane is no longer enough to express himself. The pictorial images feel imprisoned in the plane and slide cautiously towards the edges; they splash them, they bite them… perhaps this is all because his best friends from the San Alejandro National Academy in his student years were precisely sculptors and with them he experimented the experience of sculptors very closely and learned how this manifestation exerts constant struggle to conquer space.
The works of the young artist construct great stories with some few elements, that, like a dialectic researcher, flirt with hugely universal themes and are closely connected to human existence itself beyond frontiers, ideologies and cultures: love, kindness, religion, sensitivity and foremost, beauty. He does not convey traces of a specific context or concrete social dynamics on his works; on the contrary, his work, of deep metaphysical style, is a constant research which intends to unravel the mysteries of existence.
In a world such as ours, intersected by the crusade in search of the truth, it is really moving to run into a kind of proposal as Dayron Gallardo´s, where the type of knowledge and research he aims to reach is not rational, but purely sensorial; where the aim is not to find an objective truth, but to live an experience that transcends nature itself and the limit suggested by matter. Thus, not only the final artistic object is important, but also the creative process itself, based on a profound and tricky reflection on every spiritual phenomenon of the subject. Each of the elements intervening in the process of creation are perfectly cared for and in agreement with the final experience, and this goes from the music, based on sounds emulating nature and open spaces or epic sounds; to the literature he absorbs, as Dalai Lama and spiritual masters, to the meditation practiced by the artist before he creates. In short, in a purely spiritual exercise, Dayron proposes that we meet with ourselves again, with the essence of that sensitive subject who, in the ups and downs of daily life, we once lost.