Un artificio para escapar al sitio de Dios
Marta Mariela
A propósito de la Exposición Un rey muere entre fuentes y jardines, de Dayron Gallardo, en Galería Casa 8, entre julio y agosto de 2018.
Jardines.
El parlamento final de Blade Runner convoca a visitar fragmentos de jardines diseminados. Pertenecen a un bosque recién descubierto. El artífice del simulacro intenta hacernos cómplices de su asombro, de ahí que construya un paraíso como pretexto para hablar de una experiencia nueva para él. Dayron Gallardo ha salido al bosque y la vivencia de salir al bosque, de conocer el sitio primigenio, le ha permitido despegar en un vuelo hacia la infinitud. Un vuelo construido a partir de la anécdota, de algo tan a la mano como un segmento de tierra. Desde este territorio se expande hacia los confines del Universo, hacia el sitio de Dios.
El sitio.
La tierra emerge en los lienzos expuestos en Casa 8. Asimismo, se siente el agua, el aire, el fuego en cada fragmento depositado en la pared. Amplía, de modo exponencial, una realidad que apenas pudiera tener un centímetro cuadrado. Una vez más, este joven artista, llama la atención sobre cuestiones universales como la belleza, el fragmento, el ser, Dios.
La disposición de las piezas se desarrolla en tres espacios galerísticos de la planta baja. El primero, a la derecha, aloja una figura vertical, en el centro del local, conformada por tres cubos que dispuestos uno encima del otro, reproducen algo similar a un tótem. El segundo espacio, a la izquierda del recinto, exhibe tres piezas pegadas a la pared: una de formato vertical, un díptico apaisado, y un tondo -forma que acompaña cada propuesta expositiva de Dayron Gallardo. La siguiente locación alberga otras tres piezas en pared, una de las cuales es otro díptico horizontal.
Como en la anterior exposición de este artista, Far Horizons, en la Galería Teodoro Ramos, del pasado año, las piezas vuelven a transgredir la bidimensionalidad para aportar un “adentro” profundo, necesario por la disección del territorio que Gallardo desea mostrar. Su meta es corporeizar sus ideas, desentrañar microscópicamente lo escondido con el fin de buscar lo trascendente, lo inefable. Por esa razón, el detalle es muy significativo en las obras de Gallardo, no solo en estas, sino en su obra en general. Ha logrado instintivamente acercarse a la proporción áurea en algunas de estas piezas.
Las formas.
Gallardo no abandona el dibujo. A él se le da muy bien el dibujo y explota su presencia. La línea persiste en seres hallados y perpetuados en algunas de estas obras. Evoca la vida en esa suerte de “economía del fragmento”. Administra cada sección, cada “primerísimo plano” en una mayordomía que inquieta no por avasallar, sino por dejar en libertad cada línea y sacar a la luz lo que vive en el entramado de un segmento de tierra develado para nosotros.
Una roca y un rey.
No solo una parte del poema de Borges acompaña la exposición. Otro leit motiv se encarga de seguirnos los pasos: una roca. Inerte, generalmente de forma triangular, está presente en cada pieza expuesta. Como incisión en la pintura sobre el lienzo, texturada y matizada según su entorno… Una roca reaparece cada vez, cual fósil que invita a recordar de dónde venimos.
En medio del templo, una alabanza.
El ritual se completa con Atmospheres, música del compositor Jeremy Soule, creada para The Elder Scrolls V: Skyrim, videojuego de mundo abierto. La paradoja había tardado en aparecer. La música creada desde un artefacto para un mundo virtual ambienta lo que a partir de escucharla semeja un templo natural. Dos mundos abiertos, el de Skyrim y el de Un rey muere…. La obra de Dayron Gallardo juega con los sentidos y propone escuchar la música con la que creó estas piezas. Nos invita a participar de los roles de un juego que no vemos pero que se reinventa en los lienzos, en los seres apegados a la vida, desprovistos de formas conocidas pero prolongados en un universo extenso. Nos invita a jugar con los contenidos entrecruzados, con las posibles lecturas, con la incongruencia. La ambigüedad de su propuesta general, la dramaturgia del conjunto y la presencia del ritual le confieren un hálito de monje.
La muestra permite un recorrido variado. De manera intencional, no hay un suelto que indique lista de obras y por tanto, un posible sentido al circularlas. Así es que cada asistente toma la iniciativa, según le acomode. En mi caso, prefiero, después de contemplar la primera estancia, hacerlo de izquierda a derecha, con lo cual mi última obra será el tondo.
Espacio, huellas, el origen de todo.
El “tótem” alude a un amplio espectro de contenidos: desde las construcciones megalíticas hasta artefactos del futuro. Sus paredes pintadas de azul con vetas rojizas, semejan el mármol, así como el universo cósmico. Los meandros, las figuras verticales, los fondos infinitos. No hay albur, sino un interés por presentarnos la realidad lo más natural posible. Gallardo devela el pasado originario, en el cual aquellos artistas viajeros y excelentes cazadores prehistóricos solían plasmar lo deslumbrante del mundo en una relación vital, mágica y de propiciación. Las interrogantes de Dayron Gallardo son respondidas a partir de su anhelo de vincularse con esa energía primaria, dada su condición de hombre nacido en la ciudad y viviendo en ella. (Ilustración 1)
Ilustración 1
Cruz o ángel
La verticalidad de la pieza expuesta en el segundo espacio de Casa 8 articula perfectamente con el “tótem”. Sin embargo, si aquel alude al aire, esta parece vincularse con el fuego por los rojos y violetas. Una figura emerge del lienzo, igualmente vertical y la silueta que queda de lo que fue y no es, puede leerse como una crucifixión o la partida en vuelo de un ángel erotizado. No obstante, la intención de Gallardo no es plantearse la anécdota, sino acariciarla, solo para emprender un viaje desde ella a lo trascendente, como los origenistas. (Ilustración 2)
Ilustración 2
Hay vida aquí!
La siguiente obra es un díptico realizado en clave muy baja; las sombras responden a la intimidad y la humedad de la porción de tierra seleccionada. Dos piezas que se acercan en su formato al rectángulo áureo y de donde emergen seres que cobran vida. Es un micromundo traído a nuestro entorno con una minuciosidad sorprendente: destacan el dibujo de una entidad al centro de la obra, que recuerda los cuerpos de Tomás Esson; los meandros conectados con el “tótem” y con la pieza siguiente según mi recorrido; y las rocas seccionadas en cada cuadro. (Ilustración 3)
Ilustración 3
En la tierra también.
Dos seres se entrelazan a la izquierda. Entran o salen de nuestra mirada. Otros aparecen demarcando territorio y vuelve la sombra de Esson y algo de Servando. La coloración terrosa del cuadro nos adentra en otro segmento con un perfil más abierto en cuanto a perspectivas espirituales. Los meandros revelaban la huella prehistórica, aquí semejan la uniformidad de las líneas dejada por la graba en los jardines zen. (Ilustración 4)
Ilustración 4
Un anillo.
Los tonos verdes destacan en esta obra lo que le confiere una vitalidad floral. Se describe un grueso anillo, suspendido en el centro de la composición. Vuelve la ambigüedad: Tiene aspecto fálico y se enrolla en sí mismo lo cual le confiere fuerza, sea dentro de un universo sumergido lleno de microorganismos, o en el espacio interestelar, como parte de una galaxia. Dayron Gallardo observa el objeto concreto, pero lo eleva a una “épica de lo natural” que les renueva el carácter a las formas de este mundo. Se siente una brisa. La circularidad atrapa y convoca a las obras que le siguen. (Ilustración 5)
Ilustraciones 5 y 5.1 (detalle)
Un rey muere: Hay lágrimas en la lluvia.
La penúltima obra tiene un aire de réquiem. Los matices terrosos dejan paso a un cuerpo que la atraviesa desde el centro a la derecha hasta la parte inferior izquierda, como moribundo. Se vincula a la precedente y a la siguiente por la insistencia en las configuraciones circulares y las curvas en un afán por mostrar los ciclos de la vida con el apoyo recurrente de la música. (Ilustración 6)
Ilustración 6
Un final: el tondo, un talismán.
Al menos en las tres últimas exposiciones de este artista, el formato circular le ha acompañado en alguna de las piezas. Siempre apegado a la mágica perfección del disco, a las y al dinamismo aportado a la muestra. Ahora vuelve y nos presenta una sección del universo como contraparte de los segmentos terrenales extraídos de los jardines.
Realizado a partir de azules; hay una luz que se distingue. Y la roca, a su lado, apenas esbozada pero latente en la parte superior, sugiere la inmersión en un mundo otro, lejano, como destino final de esta epopeya. (Ilustraciones 7 y 7.1)
Ilustraciones 7 y 7.1 (detalle)
Un rey muere entre fuentes y jardines
La experiencia de intentar desentrañar la obra de Dayron Gallardo es siempre muy enriquecedora. Su vasto mundo interior le hace salir de la comodidad de su casa en el centro de la ciudad para buscar con ansias, pero con suma humildad, el vínculo con lo natural. Como consecuencia, ha generado un sistema de imágenes a lo largo de su carrera, desde el dibujo hasta lo que se aprecia en Casa 8. Sus dudas sobre la trascendencia le hacen escudriñar el camino primigenio de un ser que se enfrenta al mundo por primera vez; de captar la impresión inicial de dicha vivencia. Y en ese andar, descubre a Dios, y lo hace presente en su obra. Su visión mística y mítica de lo posible lo acerca a un universo que él interpreta espiritualmente.
Fragmentss in the far horizon. With regard to Far Horizons.
Marta Triana
Published in Cdecuba Art Magazine
A phrase by Van Gogh is a good leitmotif to follow the itinerary of Far Horizons. The imperative? To feel the stars and the infinite high up in he sky. Definitely, the new proposal of Dayron Gallardo raises our look to the incommensurate, while it aims, at the same time, to the worldly genesis, to that which is primary in all and with all the senses. It is a return to the remote past, to those far temporal horizons when the human being could sniff, unravel forests, footprints: when he could clearly see the firmament. And to do this, the spectator of his work can be a witness of several trails left by the painter, as marks to be found: the paradox, the transcendent, the theatrical. Far Horizons is presented to us as a treatise on existence itself.
Six pieces of both abstract and landscaping vocation, intended for the space of the Teodoro Ramos gallery, stand out for their transition towards sculpture, without finding it yet. Gallardo has conceived his curatorial proposal as a spiritual experience. It is a grand staging. Each work, independently, suggests a universe contained in the fragment of the work itself. And the spatial distribution of the whole is added to this: two that allude to the Earth, two to the Heavens, and again, two that allude to the Earth. A ritual sketch of totemic ascendency which conveys his necessity to find answers beyond earthly existence, of the Earth-Heaven relation, opposite and unitary at the same time. Its disposition suggests a route, from left to right. However, it is equally susceptible to do this tour inversely, since from either side we almost reach the same point, though with variants in one sense or another.
The titles have been taken from poems, or from phrases found fortuitously. One can see the predominance of vocabulary referred to natural elements –trees, jungles, stars, roots, roses, forests – to which Gallardo subjects himself so as to liberate the transcendental. They are only pretexts to raise our look. Likewise, Far Horizons stands out for attempting to transmute painting from bi-dimensionality towards the objective. The width of the frames is remarkable. The thickness of the works is now meaningful. They cannot be ignored.
This is not another exhibition. It is accompanied by paradox. Deep jungles are the one having a minor format. A wooden tondo tries to capture a part, a fragment of the immensity which this landscape presupposes. Roundness refers to unity. The material alludes to the forest. Its smallness tries to synthesize the density of the jungle. The lines reinforce the horizontal, with a tendency to curve so as to bring us closer to the life concentrated in that zone. On the other hand, the colors, magenta neutralized by black, let us see a dark inhospitable side, of death.
The center of attention is found in Forgive me, God!, placed just at the center of the visual of the whole within the space. However, it is preceded by another one, allusive to that God for whom he clamors. There is a proportionality among these works which points to the content and is reinforced by the museum-related arrangement. Only under the stars has been conceived in earth-like colors. In its center, to the right, something like a construction is presented, an element allusive to the human presence. It is an oasis; a fragment in the middle of nothing. The aerial perspective could be the vision of the God that observes. The small landscape format, as well as color, make a contrast with Forgive me, God!, with a predominance of dark blue and whose verticality agrees with the idea of the search for a supreme being. Here Gallardo stops. Here he finds, with boundless theatricality, the axis of his proposal. It is about expiating guilt, a cry for forgiveness. A painful wound put in concrete form in the irregular line similar to a scar, which the artist places on the left part of the picture.
This young man dominates the atmospheres, the spaces in which he places his fragments. Thus, in Silence of the roots in a garden without roses, de intends to search thoroughly in the earth-colored green from which life sprouts. And he speaks of silence: another paradox. The wavy texturized lines, –left as if by chance–, wriggle, swirl around. Nothing falls quiet. On the contrary, the noisy movement of early life is clear.
Finally –although it might as well be the first of all–, Come with me, not to the crashing and howling sea, but to the rose forest at the end of the jungle. Before us, the path to travel. A fragmented one, where each part has been placed horizontally and at our waist level, observable nosedived. Likewise, we finally find… the longed for rose forest which intense magenta discovers. This is perhaps the most object-like work where we discover real textures, — leaves or branches–, in four fragments and as if by chance.
There is no room for certainty in Far Horizons; rather, doubt is ennobled and triumphs. Doubt on what we are. Its sentence-titles, the suggestive abstractions, the object-like intention, the scale difference, the colors closer to nature, without additions or excitements, the real textures meticulously arranged are a reflection of the artist´s devotion. Dayron Gallardo´s is an act of meditation on the painting itself, and, above all, on the concepts with which he has always worked: beauty, love, loneliness, the fragment.